“Julia Pastrana” es, antes que nada, una reivindicación. La reivindicación de todos aquellos que por ser diferentes han sido humillados, explotados y silenciados. La reivindicación de todos aquellos que por el sólo hecho de ser diversos han sido expropiados de un hogar, de su pertenencia cultural, social y familiar.

 

“Julia Pastrana” por otro lado, no es -y explícitamente intenta no serlo- el nombre de un personaje fastuoso de la historia de las ciencias que, desde su torre de marfil, haya dotado a la medicina de nuevas clasificaciones para separar lo “normal” de lo “patológico”.

 

“Julia Pastrana” no es un nombre abstracto, que bajo un aspecto neutro de superación personal, esconde la institucionalización como eterno (y falso) recordatorio de que la diversidad es un problema “del diverso” y de que todos los “normales” son iguales. Aunque lo suficientemente parecidos como para poder establecer a quienes dominar.

 

“Julia Pastrana” es el nombre concreto de una persona obligada a encarnar esa diferenciación impuesta por los demás, hasta ser expulsada del orden de lo humano para ser convertida en objeto de exposición pública.

“Julia Pastrana” es, por tanto, un símbolo, no un signo. Alguien que nos recordará a cada momento, y desde lo concreto, el “precio” de vivir en una sociedad que todavía no termina de aceptar la diversidad humana. El símbolo de todas aquellas personas estigmatizadas como monstruosas, por el sólo hecho de ser quienes son. Deseamos, por tanto, con la elección de este nombre, reivindicar la figura de una de las tantas personas con diversidad funcional cuyas historias fueron invisibilizadas.